PRESENTACIÓN DEL POEMARIO “CUANDO SUSURRAN LOS CIPRESES” DE ANA ISABEL ALVEA

El pasado 3 de abril la Casa del Libro de Sevilla acogió la presentación del poemario Cuando susurran los cipreses (Editorial Cypress Cultura, colección Poesía Al Albur) de Ana Isabel Alvea Sánchez quien, tras la magnífica presentación por parte del poeta José Julio Cabanillas, nos ofreció una lectura colectiva de algunos de sus poemas donde participaron familiares y amigos de la autora. Alvea, licenciada en Derecho y en Teoría de la Literatura y Literatura Comparada por la Universidad de Granada, ejerce como crítica literaria para diversos medios digitales, es profesora de talleres de poesía y creación literaria y coordinadora de clubs de lectura y encuentros con autores. Además, durante varios años formó parte del consejo editorial de la revista literaria y artística En sentido figurado. Ha publicado los poemarios Interiores (Ediciones en Huida, 2010); Hallarme yo en el mundo (Ediciones en Huida, 2013); Púrpura de cristal (Torremozas, 2017); La pared del caracol (Ayuntamiento de Lodosa, 2020), premiado en el XXXVI Certamen Poético Ángel Martínez Baigorri; y Las ventanas del tiempo (MacLein y Parker, 2022). Ha participado asimismo en diversas antologías como Arde en tus manos (Asociación Cultural Myrtos, 2009), De besos y versos. Antología de poesía amorosa (Los libros de Umsaloua, 2014), Nube. Un mar de mujeres. Antología personal (Ediciones en Huida, 2013), Andalucía en el verso. Biznaga de poesía andaluza (Ediciones Depapel, 2012), La mujer en la poesía Hispanomarroquí (Fundación Dos Orillas, 2009) o Versos para derribar muros. Antología poética por Palestina (Editorial Umsaloua, 2009). Desde 2012 forma parte del Circuito Literario Andaluz del Centro Andaluz de las Letras.

“Este libro me ha hecho pensar mucho” comienza Cabanillas. Y le sorprende especialmente, dice, el primer poema, “Libro de defunciones”, que nos da varias claves para entender el resto del poemario y adelanta temas que encontramos más adelante. “Lo que hay en este poema son dos maneras de entender la muerte”. La pieza comienza con unos versos contundentes nacidos de la profesión de la propia Alvea, que trabaja en el Registro Civil: “La hilera de cipreses en quietud / sus lanzas al viento. // Parecen saludarme los difuntos / cuando observo las ramas agitándose / camino a la oficina. // Yo registro y compruebo sus nombres y apellidos / fecha de nacimiento y otros datos / a fin de evitar cualquier error // tarea de una contable de la ausencia”. Este último verso, nos dice Cabanillas, refleja perfectamente la actitud actual ante la muerte; ni siquiera se la llama por su nombre, es una “ausencia” que además se convierte en una tarea, un trabajo. “Es una estadística; ya ni siquiera es la muerte anónima, es estadística y toda estadística es manipulable. Estamos cada vez más inmersos en una sociedad en masa donde la muerte también está masificada”.

Cabanillas también comenta la imagen de los cipreses en quietud, con sus lanzas al viento, que parecen un dedo señalando al cielo, y otra que se ve más adelante: un cuervo “cuyo vuelo fulgura entre copos de nieve”. Lo que brilla no es la nieve blanca, sino el cuervo negro. Aquí podemos ver una de las características de la poesía de Alvea: su enorme poder de evocación mediante el uso de unas imágenes que conectan la naturaleza con la creación poética. “En estas dos imágenes tan potentes… ahí está el poeta; un poeta que no cuenta ni raciocina, simplemente ve u oye y lo deja ahí”. Destaca a este respecto la inteligencia simbólica del poeta, alimentada por lo invisible que le alienta y que nutre “el árbol de la poesía”.

De izquierda a derecha, José Julio Cabanillas y Ana Isabel Alvea. Créditos de la imagen: Marta Camacho Núñez

“Otra cosa que me llama mucho la atención de este libro de poemas es que no hay retórica. Y si la hay es porque los poetas a veces nos dejamos llevar por el camino hecho cuando en realidad la poesía no es un camino hecho”. Cada poeta, nos dice, es único e irrepetible y por lo tanto tiene una poesía que es solo suya, que posee su propio timbre, “y eso es la autenticidad”. Algo, aclara, que no hay que confundir con la verosimilitud. La poesía trata de lo imposible, de lo inverosímil, de lo que no se puede ver, oír o palpar; “la poesía está en el tintero”. Esta autenticidad la podemos encontrar en la poesía de Alvea, donde se puede adivinar su propia voz de la misma forma en que un ciego reconoce a una persona.

Estos dos caminos, el de la verosimilitud y el de lo inefable, son los que recorren este libro de forma paralela. Menciona a este respecto el poema “Zahorí”, donde se observan esas dos sendas de forma visible y muy tangible (“Cuando este césped / de alegres y risueñas tardes / empiece a deslucir / palidezcan por días su jazmines / rosales buganvillas / cuando no se detengan los jilgueros / ni pasten las ovejas / y la guadaña corte su verde / aquí / comenzaremos a excavar / nuestro pozo”). Sin embargo, señala, también está muy presente el elemento auditivo, el símbolo a través del sonido. Muestra de ellos son los muchos haikus que aparecen a lo largo del poemario: “Todas las ramas / recitan a la vez / la limpia tarde” o “En el insomnio / un altavoz la noche / de todo ruido”. “Aquí hay una voz de una persona modesta” nos dice, “no alza la voz, no hace retórica ni oratoria, dice las cosas tal como las ve y las oye, con una gran sencillez”. Un gran logro de sus poemas es que hay limpieza, pureza.

Alvea comenta que el germen del libro surgió por casualidad a raíz de algunas conversaciones con José Luis Trullo, el editor de este proyecto, sobre poesía y autores como Jorge Manrique, Bécquer, Antonio Machado o Cernuda, influencias clave en la poesía de Alvea. En el contexto de estas conversaciones le surge la idea de escribir un poemario en esas líneas. Tras el COVID, añade, buscaba serenidad, presente de forma muy manifiesta en todo el libro. El ya mencionado “Libro de defunciones” fue el origen y la lógica tras la estructura del libro. Su trabajo la mantenía muy cercana a la muerte y la hizo comprender “lo efímero y la brevedad de la vida; algo que sabemos, pero con lo que no convivimos”. Este primer poema y toda la primera parte, llamada “La carta”, es un querer mirar la vida desde la muerte, nos dice. Nos plantea cuestiones como si realmente sabemos vivir el día a día o valorar lo verdaderamente importante tanto a nivel personal e individual como social.

Créditos de la imagen: Marta Camacho Núñez

Esa idea de la vida la llevó a lo que constituye la segunda parte del poemario, “Los ciclos”, que trata las diferentes etapas de la vida. La infancia, la juventud, la madurez y la vejez están representadas por cada una de las cuatro estaciones y de una manera general, que apela a todos los lectores y donde “cualquiera se puede sentir identificado”. Entre estación y estación, a modo de pausa, nos encontramos los mencionados haikus que funcionan como una recapitulación o condensación de esas cuatro etapas a través de la naturaleza. Una de las fuentes de inspiración de Alvea son los paseos y las imágenes que surgen de estos. De la naturaleza en general, incluso de aquella que ve y oye desde la ventana de la cocina, son fruto de muchas de sus composiciones.

La tercera parte, “Al rescate”, nos ofrece poemas sobre la propia escritura, entendiendo esta como “un modo de rescatar nuestras vivencias lamentablemente efímeras. Es un escribir contra la muerte, como dice Gamoneda. Son poemas referentes a la inspiración, al lenguaje, a lo que nos puede aportar la escritura”. Todo el contenido, en general, remite a la sencillez del lenguaje ya comentada por Cabanillas y a la autenticidad fruto de la percepción del momento, del instante concreto durante la escritura.

Menciona, por último, la referencia al poema del recientemente fallecido Charles Simic “Anochecida” que aparece casi al final de este libro. En “Me pregunto si los meses”, Alvea cita su verso “la hierba sabe una palabra o dos” como reflejo de esa idea de “qué es lo que nos dicen los días”. Enlaza esta idea con el inicio, ese “Libro de defunciones” y esos cipreses que en su camino al trabajo parecía que la saludaban al pasar. El evento finalizó con la lectura de varios poemas por parte tanto de la autora como de familiares, amigos y poetas presentes en el acto.

Mi más profundo agradecimiento a Ana Isabel Alvea por su maravilloso poemario Cuando susurran los cipreses, a José Julio Cabanillas por la excelente presentación y a Casa del Libro Sevilla por acoger el acto.

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