EL ARTE DEL CUENTO

Mi pasión por los relatos cortos no es ningún secreto. A tal punto llega mi amor por ellos que me las arreglé para convencer a Ricardo Navarrete, responsable del programa de RadiUS Nothing Like the Sun y compañero de fechorías joyceanas, de que dedicáramos un episodio a las historias cortas junto con el profesor Mike Gronow. En dicho episodio, que podéis escuchar en el siguiente enlace, tratamos las bases del relato corto, sus características, sus diferencias con la novela y recomendamos algunos de nuestros favoritos. Además, Esther de la Peña entrevista al profesor Alfred Markey y los alumnos Raúl Elías García y Teresa Chacón Nogales recitan el poema “StilI I rise” de Maya Angelou. Aprovechando que el episodio en cuestión se publicó hace poco, me apetece dedicarle al tema una entrada en el blog y explayarme a gusto, especialmente con las recomendaciones, que os dejo al final y que son muchas y variadas. Quienes me conozcan bien ya se olerán unas cuantas…

Créditos de la imagen: Marta Camacho Núñez

Los relatos cortos, por su propia naturaleza, proporcionan placer casi inmediato y son tremendamente útiles a la hora de acercarnos al estilo de muchos autores sin la inversión de tiempo y esfuerzo que supone en ocasiones leer una novela completa. Nos desvelan nuevas facetas de escritores que son conocidos principalmente por obras más extensas y nos ayudan a conocer nuevos talentos de forma rápida y accesible. No os voy a mentir, engancharse a un novelón y pasar semanas sumergida en la trama, conociendo a los personajes y creando un vínculo con la historia es maravilloso. Eso es algo que a veces echo en falta con los relatos cortos: la conexión que puedo llegar a sentir con un libro que me ha acompañado durante más tiempo no puede compararse a la que siento con una historia breve. Sin embargo, yo he venido aquí a hablar bien de ellas, así que os diré que, por romántico que suene todo esto, para el ajetreo del día a día me saben mucho mejor esas pequeñas píldoras de literatura que consumo como si fueran un premio a lo largo de la jornada. Si la Rebeca de Daphne du Maurier es una comida completa con entrante, primero y segundo, cada uno de sus cuentos son los bombones del postre. Yo no puedo almorzar varias veces a lo largo del día, pero la caja de bombones sí que me la zampo entera tranquilamente. Cuestión de prioridades y de estómago.

¿Qué es un relato corto? Un relato corto es una obra de ficción en prosa de menor extensión que una novela. Edgar Allan Poe, en su ensayo “La filosofía de la composición”, sostenía que un relato corto debía poder leerse de una sentada, en un lapso de tiempo de entre media hora y dos horas. En la ficción contemporánea puede decirse, de manera general, que un relato corto contiene entre 1.000 y 20.000 palabras. Hay una zona gris que en ocasiones causa cierta confusión: la novela corta, lo que en inglés se conoce como novella. Mi madre, que ya estaba tardando en aparecer por mi blog, considera que un libro de doscientas páginas es un relato corto porque ella es una exagerada que solo lee tochazos y doscientas páginas se las ventila alegremente como si nada. Sin embargo, un relato corto es más corto que eso, mucho más. Hay novelas cortas magníficas y algún día hablaré de ellas, pero hoy voy a centrarme en los relatos cortos. Volvamos a Poe. Este gran maestro del arte del cuento escribió una crítica en dos partes de Twice-Told Tales (1837), una colección de relatos cortos de Nathaniel Hawthorne, que se ha utilizado en infinidad de ocasiones como base para definir qué es un relato corto. Para él, como ya hemos visto, un relato debe poder leerse de un tirón; también ha de contar con un número limitado de personajes, acontecimientos y escenas y tiene que hacer un uso moderado y eficaz de las palabras. El tono y el estilo han de ir acorde a estas características y, en general, debe poseer la coherencia necesaria y el ritmo adecuado para mantener la atención del lector de principio a fin.

Son precisamente todas estas características las que hicieron que, en el pasado, este formato tuviera un gran auge entre las escritoras y el motivo por el cual contamos con una enorme cantidad de magníficas relatistas. Las mujeres que querían dedicarse profesionalmente a la escritura no solo eran ignoradas, menospreciadas e incluso ridiculizadas; además contaban con mucho menos tiempo para dedicarse a escribir que los autores masculinos: al trabajo literario había que sumarle el trabajo doméstico y la crianza de los hijos, por no hablar de la falta de espacio y tranquilidad que sufrían cuando por fin encontraban un rato libre para sentarse a escribir. Es inevitable mencionar en este punto Una habitación propia de Virginia Woolf, el ensayo donde defiende que para escribir, una mujer necesita un buen colchón económico y una habitación propia donde nadie la moleste, básicamente. Escribir relatos cortos era la salvación para la mayoría; requerían de una menor inversión de tiempo y suponían una fuente de ingresos menor que la que podía proporcionar una novela, pero constante. Recuerdo de pronto al personaje de Jo March en Mujercitas que, cuando comienza a publicar, comenta que tal cuento pagó la cuenta en el charcutero y tal otro compró una alfombra nueva (“The Duke’s Daughter” paid the butcher’s bill, “The Phantom Hand” put down a new carpet, and the “Curse of the Coventrys” proved the blessing of the Marches in the way of groceries and gowns).

Retomando el tema de las historias breves y sus diferencias con las novelas, hablamos en el primer caso de tramas condensadas con un ritmo más ágil, menor número de personajes y arquetipos más definidos (aquí recomiendo echar un ojo a los estudios del antropólogo y lingüista ruso Vladimir Propp sobre la morfología del cuento y sus funciones. Él hablaba de siete arquetipos principales: el agresor, el donante, el auxiliar, la princesa y el padre, el ordenante, el héroe y el antagonista), ambientaciones más marcadas, historias que se mueven a través de la acción (como en el teatro, salvando las distancias) y, sobre todo, finales sorprendentes y efectistas. Obviamente, esto no es óbice para la experimentación y hay muchos relatos cortos que rompen con estas reglas y se salen de lo tradicional. Pero en términos generales, estas son las características que hacen de los relatos cortos lo que son. Las novelas, por el contrario, dan pie a una mayor profundización en la psicología de los personajes y ofrecen una trama que se apoya en el cambio y la evolución. Una novela ofrece una progresión más amplia y detallada, mientras que el relato corto se apoya en pequeños instantes. James Joyce dijo algo parecido acerca de su colección de relatos Dublineses, que cada cuento era como una epifanía, un instante en la vida de una persona que se revela como fundamental.

Supongo que es precisamente esto último lo que más me atrae de los relatos cortos. Leer uno es como asomarse a una ventana. Creo que es algo que todos hemos hecho alguna vez: vamos paseando, pensando en nuestras cosas, y de pronto pasamos ante la ventana de una casa donde algún desconocido vive su vida ajeno a nosotros y nos paramos a mirar unos segundos. Nunca le hemos visto y probablemente no volveremos a hacerlo, pero durante unos instantes somos espectadores de esa pequeña parte de su vida. Es como escuchar una conversación ajena en mitad de la calle o en la cola del supermercado. Los relatos cortos son pequeños retazos de vida, breves pero intensos.

Paso a dejar algunas recomendaciones tanto de historias concretas como de autores que han cultivado el género del relato corto de manera extraordinaria. No voy a descubriros nada que no conocierais ya, esta es simplemente una lista de mis favoritos:

Créditos de la imagen: Marta Camacho Núñez

Shirley Jackson
La pongo en primer lugar porque es precisamente de ella de quien hablo en el episodio de Nothing Like the Sun que os he dejado al principio. Trabaja mucho con el terror de lo cotidiano y lo sobrenatural contrapuesto a la vida diaria. Especialmente recomendable es “La lotería”, su cuento más famoso.

Mariana Enriquez
No podía faltar en la lista y no podía ocupar otro puesto que no fuera junto a Shirley Jackson. De ella ya he hablado largo y tendido en este blog y no quiero extenderme demasiado. También trata el horror dentro de la cotidianeidad mezclado con la denuncia social y con ese realismo mágico que los latinos saben escribir tan maravillosamente bien. De entre todos sus libros de cuentos recomiendo encarecidamente Los peligros de fumar en la cama, que ya reseñé en este enlace.

Julio Cortázar
Aquí sí que no pienso extenderme porque ya le dediqué una entrada entera por motivo del cuarenta aniversario de su muerte no hace mucho donde recomendaba diez cuentos del gran cronopio. Podéis (y debéis) leerla en el siguiente enlace.

Jorge Luis Borges
A lo mejor está feo que diga que soy más cortazariana que borgiana, pero eso no quita para que no pueda disfrutar de ambos. Quizás algún día le dedique también a él una entrada con mis diez cuentos favoritos. De momento recomiendo, así a bote pronto, “Las ruinas circulares”, “El Aleph”, “Funes el memorioso” y “La biblioteca de Babel”.

F. Scott Fitzgerald
Aunque es más conocido por sus novelas, en especial por El gran Gatsby, Fitzgerald publicó una enorme cantidad de relatos cortos en diversos medios que están a la altura de sus trabajos más extensos. Recomiendo especial y encarecidamente “Un diamante tan grande como el Ritz”, “Los residuos de la felicidad” y “El curioso caso de Benjamin Button”.

Charles Dickens
Otro escritor que ha pasado a la historia por sus novelas y cuyos cuentos han quedado algo más olvidados. Yo tengo una antología preciosa de Macmillan titulada Ghost Stories que reseñé brevemente en mis lecturas de octubre del año pasado y que es una forma perfecta de acercarse al estilo de Dickens si no se dispone de tiempo suficiente para leer sus grandes clásicos.

Edgar Allan Poe
No puedo dejar de recomendar a quien ha servido como base para comenzar esta entrada. Me aficioné a Poe siendo muy joven y me ha acompañado durante todo lo que llevo de vida. Es inevitable: cuando te gustan los relatos cortos y lees tantas antologías como yo, te encuentras a Poe hasta en la sopa. Entre mis grandes favoritos se encuentran “Berenice”, “El pozo y el péndulo”, “Entierro prematuro” y “La caída de la casa Usher”, por mencionar unos pocos.

Charlotte Perkins Gilman
De esta autora solo conozco dos relatos y los recomiendo ambos porque son magníficos: “El papel pintado amarillo” (también llamado “El tapiz amarillo”) y “La mecedora”. El primero, su obra más famosa, es un relato de terror psicológico que denuncia las llamadas curas de descanso que se imponía a las mujeres con depresión o “ataques de histeria”. El segundo es un cuento de terror más tradicional, pero muy bien construido. Dos jóvenes amigos buscan alojamiento, ven a una hermosa joven asomada a la ventana de una posada y allá que van, como las cabras al monte. La joven no aparece por ningún lado, pero hay una mecedora sospechosa en una de las habitaciones. Muy recomendable.

Anton Chekhov
A Chekhov lo descubrí gracias a la colección que publicó la editorial Alma en 2019. En este volumen se encuentran “El beso”, “Enemigos”, “Campesinos”, “El hombre enfundado”, “La dama del perrito” y “El obispo”. A falta de haber leído más y sin poder comparar, recomiendo estos seis sin lugar a dudas. La prosa de Chekhov es directa, rigurosa y una magnífica representación de la sociedad rusa anterior a la revolución.

Por último, os dejo enlaces a todas las reseñas que he hecho en este blog de antologías de relatos, por si alguien se ha quedado con ganas de más. El umbral de la noche, de Stephen King; Carmilla y otros relatos de vampiros, con cuentos de Sheridan Le Fanu, John Polidori, M. R. James, Alexandre Dumas, Algernon Blackwood, Francis Marion Crawford y Edgar Allan Poe; Bedtime Stories, con autores como A. S. Byatt, Nathaniel Hawthorne, Neil Gaiman, Ursula K. Le Guin, Robert Louis Stevenson, Vladimir Nabokov, Guy de Maupassant, Ambrose Bierce, H. G. Wells, Washington Irving, Angela Carter o Haruki Murakami; y Mujeres que cuentan, con escritoras extraordinarias entre las que destacan María de Zayas Sotomayor, Jane Austen, Mary Shelley, Fernán Caballero, Louisa May Alcott, Rosalía de Castro, Charlotte Riddell, Sarah Orne Jewett, Kate Chopin, Emilia Pardo Bazán, Edith Wharton, Alice Dunbar-Nelson, Virginia Woolf, Katherine Mansfield o Alfonsina Storni.

Me dejo a muchos en el tintero, como H. P. Lovecraft, Daphne du Maurier, Raymond Carver, Isaac Asimov, Henry James, Ray Bradbury (¡leed las Crónicas marcianas!), etc. La lista es interminable y el tiempo, limitado. Pero creo que con todo esto ya hay material para ir empezando.


Descubre más desde Un pliego de papel

Suscríbete y recibe las últimas entradas en tu correo electrónico.

2 comentarios sobre “EL ARTE DEL CUENTO

  1. Se supera ustez en cada entrada, joven bloguera.

    Jugosa entrada…y no solamente por mentar a un tal FSF. 😉

    En EEUU, hay mucho autor conocido mayormente por sus relatos, como el gran y malogrado Carver—y Kate Chopin tuvo que escribir (excelentes) relatos por falta de tiempo libre en el hogar.

    Como siempre, estas entradas invitan a leer…y a pensar, gracias.

    Buen finde y hasta el martes,

    N.

    Le gusta a 1 persona

Deja un comentario